Por Francisco Torres Deschamps
Lo que jamás se fue, jamás se irá…
Hacia mucho que no me sentaba con mi familia a platicar, era
año nuevo y sinceramente lo único que hacíamos en este día era
descansar y comentar sobre la fiesta y los recuerdo que teníamos del año anterior. No
había límites, podía ser el 31 de diciembre o incluso algún 28 de febrero. Trataré de contar esta historia sin pausas ni repeticiones,
es difícil teniendo en cuenta que uno está repleto de situaciones y actividades que no
puedes dejar de hacer. Después de la gran pausa ocasionada por una junta de trabajo
y una necesidad culinaria, podremos empezar y con suerte sin interrupciones. Me encantaba esta época, en donde difícilmente había
situaciones malas, todo era felicidad y cosas nuevas, de las cuales uno está emocionado
y entusiasmado por que lleguen. En fin, en mi familia parece ser que nadie sabe
hablar con un tono normal de voz, siempre parece como si nos estuviéramos peleando, como
si estuviéramos de fiesta, o como si estuviéramos de un extremo a otro extremo
de la casa. Pocas veces nos quedamos callados y serenos, todo es una gran energía a
la hora de nuestra familia; cuando de repente, mi abuelo, después de que bajara
de su cuarto y pareciera que fuera a ir a un evento muy formal (debido
a que siempre estaba vestido de manera muy elegante), con un gran chiflido calló a todo el
concierto y recitó unas palabras: “Quisiera contarles una historia la cual
pocos saben y pocos han escuchado. Sin embargo, nadie sabe cuál es su verdadera
naturaleza”.
Todos nos quedamos con una cara de duda y misterio. Mi tía María
fue la mas sorprendida, todos sabíamos que siempre fue la más miedosa en temas familiares.
Ella lo interrumpió y le preguntó que si era acerca de alguna enfermedad, o que
si era sobre algún peligro que corría la
familia al momento de su muerte. Mi abuelo con una cara de molestia le dijo que
no y la tranquilizó. Entonces con un ambiente de miedo, y de cierta manera tenso,
mi abuelo empezó a exponer. “Era un adolescente cuando yo encontré el amor,
sinceramente su abuela no me dio el amor.
Fue una muchacha llamada Elizabeth, una mujer extraordinaria, cabello
corto, estatura promedio, una pequeña ola se asomaba de acuerdo a la
composición de su cuerpo dentro de sus caderas”. Era una mujer sexy y sensual de acuerdo a la
forma en la que la describía mi abuelo. Todos nos quedamos maravillados por la
forma en la que se refería a ella, incluso mi abuela sintió celos y cambio su
postura a una postura mucho más cerrada hacia mi abuelo, y éste de manera
educada terminó de hablar de Elizabeth y concluyó con lo demás.
“Quisiera, a veces, poder recorrer el tiempo y el espacio,
es una paradoja inimaginable y limitada, llegando a un punto que nos hace
encontrarnos con la locura y el suicidio. Fue así como a la hora exacta, 8:39
p.m., quise acabar mi vida a consecuencia de las drogas, tanto materiales como sentimentales”.
Empezó a llorar y
todos nos quedamos atontados, mi abuelo jamás había llorado. “Ella había tenido
dificultades las cuales la habían llevado por el mismo camino y yo quise tomar
la misma carretera y seguir manejando junto a ella pero afortunadamente o
desafortunadamente los doctores lograron salvarme de la delicada sobredosis,
que de alguna forma, he llegado a extrañar. No se preocupen, tengo la adicción
más grande del mundo, tu María, o sea mi abuela”.
Pero tenía unas grandes dudas, ¿como era que mi abuelo
estaba aceptando su pasada adicción y su problemática suicida hasta ahora?,
¿que nos quería decir?, todos teníamos miedo.
“Tuve un hermoso segundo encuentro, fue ahora a lado de
Andrea, una niña independiente, fuerte, ágil, una chica sin preocupaciones,
lista, inteligente, un cuerpo chico pero elegante”.
En este momento, mi abuela se veía más tranquila por lo que mi abuelo siguió con la plática y no cambió de tema como la vez
pasada. Es impresionante como la vida nos va llevando hacia momentos que nos definen,
momentos claves los cuales nos forman y nos llevan al techo de la casa de la
vida, y estando en el límite, podemos apreciar esas explosiones que de momento llegan a
ser grandes y en otros momentos apenas se llegan a apreciar pero siguen estando ahí…
Fue así como llegué al filo del cuchillo, tomándonos la mano,
Andrea y yo nos quedamos contemplando la ciudad desde la ventana que por ahora
tomaba forma de cama, queríamos dormir y jamás despertar.
No lo hicimos por miedo a tener diferentes sueños, rompí con
ella y no la volví a ver. Pero ahora te tengo a ti Carmen, mi amor de la vida, toda
una vida llevamos viajando dentro de este vacío, llegaran más y se irán menos, por
ahora está será la tercera y última llamada.
Fue así como mi abuelo se desplomó ante nosotros y su sangre
viajó disparada a la mitad de nuestra memoria y recordada por siempre.