Por Gerardo Campero
Volvía a mirar el
reloj, habían pasado pocos minutos, todo seguía oscuro y el sentimiento de
incomodidad persistía. Una vez más, cerraba los ojos para tener el mismo sueño
corto y repetitivo que había tenido las últimas tres horas, pasaban dos minutos
y abría los ojos, volvía a mirar el reloj y los volvía a cerrar. Harto ya,
decidió levantarse, caminó hacia el baño, cerró la puerta, se detuvo frente al
excusado y se dio cuenta que en realidad no tenía ganas, que probablemente iba
más allá de una cuestión física. Dio media vuelta, abrió la puerta del baño,
apagó la luz y se volvió a la cama, a repetir la desesperante rutina que venía
haciendo desde hace ya más de tres horas.
Tuvo un momento de
lucidez, cerró los ojos y sin darse cuenta ya no estaba ahí, había logrado
romper la rutina. Entró por la puerta del hotel, llegó a la recepción y pidió
la llave para su cuarto, sin mayores cuestionamientos le fue entregada. La
tomó, caminó hacia el elevador, un elevador que parecía no tenía fin, que
llegaba hasta el cielo y de regreso, y con la fobia que le tenía a los
elevadores parecía una tarea complicada. No le importó y subió al elevador,
picó un botón al azar aunque él sentía que sabía a dónde iba. Llegó a un
pasillo con alfombrado rojo, completamente vacío, caminó varias puertas hasta a
llegar a la marcada con el número 724, entró y dejó su chamarra sobre una
silla, luego se recostó sobre la cama, miró el reloj, cerró los ojos, tuvo un
sueño corto y en cierto grado molesto, abrió los ojos, miró el reloj y tan sólo
habían pasado dos minutos.
No tenía una
explicación para lo que estaba pasando, él era un tipo que siempre se había
distinguido por dormir donde fuera, cuando fuera y sin ninguna complicación. No
sabía si era algo que le preocupada profundamente, o algo por lo que estaba nervioso,
o algún tipo de remordimiento de conciencia. Harto de lo mismo, se levantó de
su cama, volvió por el pasillo por el que había llegado, bajó a la recepción,
devolvió la llave con mala gana y salió por la puerta del hotel. Estaba otra
vez en donde había empezado.
Era de esas noches en
que un añora con todo su ser que por fin llegue el día, pero que pareciera que
justamente esa noche la luna se quiere burlar de aquel que se le ocurra si
quiera pensarlo. Harto ya, rendido, decidió de dejar intentar lo mismo una y otra
vez, se recostó boca arriba y se puso a recordar. Recordó cuando era un niño,
no en sentido literal, pero sí en muchos otros aspectos. Un niño que se subía a
un escenario después de varias copas y que tenía al público, principalmente
femenino, sobre él. Que sentía orgullo pero también soberbia al oír a los demás
cantar sus canciones, que se sentía tocado por la mano de Dios. Recordaba como
después de eso salía de fiesta en la ciudad en turno, luego llegaba al hotel no
al cien por ciento consciente, pedía una llave en la recepción (lo cual era
curioso porque más temprano ese día ya le habían dado una y seguramente la
había perdido, pero no le importaba ni siquiera buscar) subía al elevador que
odiaba tanto, caminaba por el pasillo y llegaba a su cuarto. Habiendo entrado
sentía un choque entre la emoción y la satisfacción de día que acababa de
tener, y de la completa soledad de llegar sin nadie que le acompañara a su
cuarto, habiendo estado tan aparentemente acompañado a lo largo del día. No le
importaba, se dejaba caer sobre la cama y a los pocos minutos perdía la
consciencia y caía en un sueño profundo. Al día siguiente usualmente tocaba
desayunar y tomar una camioneta que lo llevara a otra ciudad, o a un aeropuerto
para llegar a otra ciudad, y así repetir la tan satisfactoria rutina, de volver
a ejercer su poder sobre los demás.
Parecía que eso
hubiera pasado hace muy poco tiempo, y así era, había pasado hace demasiado
poco tiempo, y lo vivió con tanta lucidez que cuando lo recordaba parecía
volver a vivirlo. También tenía un ligero sentimiento de que eso nunca había
pasado, y tal vez era cierto, eso probablemente nunca había pasado.
Abrió los ojos,
volteó a ver el reloj y se dio cuenta una vez más que tan sólo habían pasado
dos minutos. Se preguntó sobre donde se rompe la frontera entre un recuerdo y
un sueño, qué tan delgada es la línea que los separa. Se dispuso a cerrar los
ojos una vez más, dispuesto, o tal vez rendido, a entrar otra vez en esta tan
molesta rutina, con la esperanza de que el sol llegara alguna vez, aunque fuera
en un sueño.